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LA FUENTE DE MNEMOSINE - ISSN 2174-5552
DL: BI-2068-2011
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viernes, 21 de enero de 2011

LOS PAISAJES VANITAS

El tema de la “Reflexión sobre la existencia” forma parte de la búsqueda de la sabiduría que, en el campo de las ideas religiosas y de la filosofía, es una búsqueda común a todas las culturas del antiguo Oriente.
Diferenciamos en la “Reflexión sobre la existencia” varios subtemas: el arte de bien vivir, la vanidad de la vida, el paso del tiempo, las ruinas, la hora, la vejez, las edades de la vida, la muerte, el más allá y las diferentes ideas de inmortalidad.
En las escuelas de la “Casa de la Vida” de los antiguos egipcios tuvo origen la literatura sapiencial que alecciona sobre el arte de buen vivir y hace del hombre un sabio. La literatura sapiencial se remonta a la cultura del antiguo Egipto y tal vez a otras culturas cercanas, contemporáneas o anteriores a ésta. Los sabios a la manera egipcia eran formados en las escuelas de la “Casa de la Vida” mediante las grandes obras sapienciales del pasado.
Existe relación entre las creencias egipcias y los “Libros Sapienciales” hebreos, ambas concepciones conducen a la elaboración de una moral, a veces relacionada con la religión. Job, el Salterio davídico de 150 salmos, Proverbios, Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico, son en la Biblia los “Libros Sapienciales” y algunos de los textos del Antiguo Testamento. Los filósofos griegos y romanos también conocen las obras sapienciales egipcias, y aportan otras ideas  al concepto de la sabiduría. En la Grecia del siglo VII a. C. tomará la reflexión un sesgo más especulativo y la sabiduría se transformará en filosofía.
Al lado de una ciencia en embrión, de técnicas aún por desarrollar, la sabiduría, es un elemento importante de la civilización: es el humanismo de la antigüedad.
El sabio de la Biblia tiene curiosidad por todas las cosas de la Naturaleza (1 Re 5,13), las admira y su fe le enseña a ver en ellas la mano de Dios (Job 36, 22; 37,18; Job 39,41; Eclo 42, 15 y 43,33), pero se preocupa ante todo por saber cómo conducirse en la vida para obtener la verdadera felicidad.
Sabio era, según los Libros Sapienciales, todo hombre experto en su oficio, pero el sabio, por excelencia, es la persona que es experta en el “saber vivir”. Saber lo que se oculta en el corazón humano, lo que causa gozo y pena, ya que el sabio es buen psicólogo y buen observador. Como educador nato traza las reglas a sus discípulos: prudencia, moderación en los deseos, trabajo, humildad, ponderación, mesura y lealtad del lenguaje. Toda la moral del Decálogo está en estos consejos.
Para los escribas hebreos la verdadera sabiduría es la religiosa, inspirada por Dios, aunque ellos recogen aquello que creen que es positivo para la reflexión humana. La sabiduría divina es primero un atributo divino, y se manifiesta luego en la creación y en la ley natural. La sabiduría humana no es tanto una formulación abstracta de principios como el arte de conducirse rectamente en la vida. El Eclesiástico habla del “temor de Dios” (Eclo 15, 1-3-6, y 10), principio de recta conducta y que, por lo tanto, es para los judíos una idea clave de  la sabiduría y arte de bien vivir.
La reflexión sobre la existencia y la condición humana mortal, no es tanto una reflexión de carácter metafísico sobre el hombre, sobre su naturaleza y sus facultades, sino una visión realista sobre la existencia y el destino del hombre. El maestro israelita de sabiduría se interesa por el destino de los individuos. Es sensible a la grandeza y a la miseria del hombre, a su soledad, a su angustia ante la muerte, y a su muerte. También a la impresión de vaciedad que deja la vida -en latín, vanitas es vacío- y a su inquietud ante Dios, que le parece incomprensible y ausente. Costará mucho ir más allá de la retribución terrenal, tan engañosa, y llegar a la fe en la resurrección, y en la vida eterna (Dan 12,2 y Sab 5,15). En algunos autores del Antiguo testamento y en muchas de las doctrinas de los filósofos griegos se esperaba la retribución, la recompensa, el premio o el castigo, de la propia vida.
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